La tristeza abrumadora

No pasan dos días sin volver a lo mismo, y no sé puede forzar de dónde no hay; parece ser como si forzara algo que no es natural, que no nace realmente, como si intentará hacer crecer algo artificial en alguien que no siente lo que yo siento, y eso me lleva con ello a una espiral de humo negro.

Exigir no es bueno, aún más estar esperando siempre una reacción que cambie soberanamente el panorama se convierte en algo aún más adverso; no puedo seguir haciéndome más ilusiones, ni luchar contra la voluntad, tengo que despertar, el desengaño es austero.

Hablo del jarro frío de realidad que cae sobre mí empapándome, mojándome, bañándome en acero sacándome del sueño para hacerme ver cuan cruel es engañarse uno mismo en uno tras otro intento.

Tan sólo me queda esperar, mirar al mar y reflexionar por poco tiempo, ojalá al finalizar Junio soplen otros vientos porque de no ser así podría ser el final del cuento.

Echo de menos expresar mi mundo más implacable, leerme y que nadie me entienda, soltar mis claves y sólo yo comprenderlas; es la manera de sentirme a salvo de esta guerra entre trincheras: la mar es vasta y el horizonte lejano al igual que mi vida en este mundo ufano.

Algo me de la vida, la luz y la energía para decidir mi camino lejos de sombras y cobardía. Todo lo bueno tiene un final, nada es eterno en este lugar, si aquí he de morir, que sea en mis palabras, que nadie las entienda, pues a nadie les hace falta, tan sólo a mí, superviviente agreste dilatado en el tiempo y siendo su propio jefe.


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