Enseñar a dar, enseñar a cambiar

Hace tanto que no escribo, que a veces siento como si la sensibilidad hubiera desaparecido de mi vida o estuviera sumida en un prolongado letargo de lejanía gris ausente, dormida. No he dejado de sentir, pero creo que he dejado de valorar las cosas por su peso, en su justa medida, olvidando lo que realmente es importante.
Como duele, ver que has pasado tanto tiempo tras de una obsesión que te ha ido dejando solo, dejando atrás compañeros de camino, momentos inolvidables, conversaciones a media luz o a media voz en un sofá, en una cama, o en un papel. Son aquellas pequeñas cosas, como decía Serrat, que nos dejó un tiempo de rosas; pero ahora… ¿ahora qué? Si mi culpabilidad me encumbra a montañas de picos fríos y solitarios.
He hecho de mi persona una persona de esas que sólo tienen buenas intenciones; personas que hablan, sueltan cualquier disparate sin sentido y se quedan tan panchas; personas que cuando hablan su boca va más ligera de lo que puede ir su cerebro y procesar la estupidez con la que se justifica; personas que no piensan salvo en sí mismas y que tras algún tipo de reacción emocional no les aflige el corazón y deciden pararse a pensar y analizar las situaciones.
Sé que tengo cosas buenas, como las que pueden tener otras tantas personas; la verdad que necesito reeducarme, ya lo hice como niño y hasta tal punto queda patente que sigo comportándome como un adolescente rebelde de los 90. Educarme como hombre, como una persona elocuente, madura, locuaz, coherente con la vida que vive o con las personas con las que trata diariamente.
No es fácil darse cuenta en uno mismo de los fallos que tiene o comete porque normalmente son lo demás los que los padecen, los sufren o se les avergüenza; un perdón no tiene valor, no tiene valor sino hay un cambio pero para un cambio hace falta tiempo, contacto y que sea factible.
El egoísmo es la única enfermedad que te absorbe sin darte cuenta, porque no hay peor enfermedad que la mental, que trastoca el cuerpo y maltrata al alma, y sin saber cómo, el dolor es el único remedio que te hace reaccionar porque no hay mayor dolor que amar, no hay mayor dolor que amar y no saber valorar, no hay mayor dolor que amar y no saber dar.
Del amor y otros demonios, fue un libro que me enseñó a que amar es un juego de locos, que no importa la seguridad de amar, porque quien no ama está muerto; el amor en tiempos del cólera, me enseñó a que por mucho que intentes amar a nadie, cuando alguien toca tu corazón con sus manos… es difícil poder seguir viviendo y olvidarlo; y con sabor a chocolate de Carmona me enseñó que cualquier imposible se queda en nada, porque a veces hacen falta años para poder disfrutar de un amor, aunque a veces sea intenso y corto.


“Mi necesidad me hizo ser así, y la tuya me hizo cambiar, ver que existe otra visión de una misma realidad”

Comentarios

Entradas populares